10 may 2014

Crítica de Snowpiercer, con Chris Evans

El tren del infierno (1985), insólito mix genérico que basculaba entre el thrillerexistencialista y el actioner ochentero, con dirección del prestigioso (por entonces) realizador soviético Andrei Konchalovsky (quien más tarde se entregaría en cuerpo y alma a la buddy movie reaganiana con Tango y Cash) y un guión original de Akira Kurosawa (¡!), no sólo mantiene en común con Snowpiercer, la nueva propuesta de Bong Joon-Ho, el hecho de que la mayoría de la acción se desarrolla en el interior de vagones en movimiento sobre raíles.
Aquellos, desbocados entre las reflexiones de un nominado al Oscar (y desatado) Jon Voight contrastando la ingenuidad vital del personaje de Eric Roberts; estos, girando en bucle en torno al mismo eje, la escasa población superviviente del planeta viviendo una nueva e irreversible edad glacial, en pos del último intento de supervivencia de una humanidad condenada a la lucha interclasista incluso en los últimos coletazos de su existencia.
Igualando esa forma de triángulo escaleno contado en valores desiguales como producto de consumo, film de denuncia y artefacto de autor, pudiera verse Snowpiercer como el canto de cisne de una década espectacular (especialmente en cuanto a repercusión internacional) del cine surcoreano, aquella que se vio beneficiada por la irrupción en el mercado cinematográfico de los chaebols y la inversión institucional y que tuvo como punto de inflexión y despegue el éxito artístico y comercial de Old Boy (2003), la obra maestra de Park Chan-Wook, quien, no por casualidad, ejerce de productor de este insólito blockbuster.
Un film multiforme que es capaz de aunar un discurso político de considerable agresividad (aunque previsiblemente subrayado), la dosis justa de entretenimientomainstream de multisalas y, sobre todo, la arrolladora e inquebrantable personalidad de Joon-Hoo, inmenso cineasta con un talento privilegiado a la hora de fundir fondo y forma y que acostumbra a sustentar sus propuestas sobre la base de unos personajes que funcionan como motor de una trama reducida al mínimo exponente, ya sea bajo los códigos del psycho thriller (Memories of a Murder), la monster movie con retales deKaiju Eiga (The Host) o este mismo ejercicio sci fi distópico, todas con un claro subtexto de amarga reflexión sociopolítica y golpes de humor tan desubicados como desconcertantes como elementos comunes.
Resulta curioso pero lógico, una vez pensado, que este doppëlganger coreano de la clásica superproducción occidental ofrezca los papeles protagónicos a Chris Evans- actualmente uno de los rostros estrella del mainstream hollywoodiense gracias a su rol del Capitán América en el universo fílmico Marvel, lo suyo le ha costado- junto a Song Kang Ho, intérprete habitual tanto de Joon-Hoo como de Chan-Wook y, sin lugar a dudas, una de las caras más reconocibles del cine que de Corea del sur nos ha llegado. Hasta el punto de que el espectador curtido pueda llegar a tener la sensación de estar asistiendo a una suerte de crossover entre ambas cinematografías, con la ciencia ficción de trasfondo sociopolítico de los setenta (Cuando el destino nos alcance, El último hombre vivo) en uno de los múltiples puntos de mira.
Crítica de Snowpiercer, con Chris Evans
Adaptación libre del cómic de Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb, Le Trasperceneige, el andamiaje narrativo de Rompenieves está tan estructurado en niveles -en este caso, los que suponen cada vagón del tren, del más pobre al que ocupa una especie de caudillo de perverso pragmatismo a cargo del siempre excelente Ed Harris- que recuerda a cualquiera de los beat´em up de los noventa a los que solíamos jugar en recreativas y consolas. Lo cual tampoco es casualidad, si recordamos la famosísima secuencia del martillo ilustrada mediante un travelling lateral a modo de scroll que vimos en Old Boy, acaso la más representativa de aquella película y a la cual aquí se rinde homenaje. Joon-Hoo exhibe su amplísimo repertorio de registros visuales variando de entornos insalubres a lujosos, y nos regala una secuencia de acción digna del Walter Hill más inspirado que ya de por sí anula las pegas que algunas incoherencias de guión, que las hay y no pocas, nos pudieran proponer.
Snowpiercer no es un blockbuster al uso, pero está capacitado perfectamente para funcionar como tal. No es exactamente un film de autor (al menos, no de uno solo), pero hace gala de una personalidad (en continente y contenido) arrolladora. No es exactamente un actioner, ni un film de ciencia ficción, ni un drama social, pero da sopas con hondas a muchas películas que presumen de tales condiciones. No es perfecta, ni le hace falta serlo. No tiene un lugar fijo en el mundo, pero puede pasar por cualquiera y dejar su huella como ese tren que transporta a ninguna parte a vencedores y vencidos; un inclasificable mirlo blanco dispuesto a sobrevivir en los tiempos del pensamiento teledirigido y la imposición de falsas equidistancias.

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